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Renzo Ibañez |
Haya de la Torre dijo en uno de sus célebres discursos, con
motivo del Día de la Fraternidad de 1961, que no bastaba que su partido
defendiera la democracia; hacía falta que los demás partidos democráticos
también lo hicieran consecuentemente. En esa oportunidad hizo una elocuente
invocación a sus más enconados adversarios: “¡Necesitamos otros partidos! ¡No
queremos estar solos! ¡No se nos tache de partido único porque los otros no
saben organizarse! ¡Es necesario que se organicen!” Incluso, con gran sentido
del humor, ofreció enviar instructores apristas para ayudar a organizar esos
partidos.
Más allá de la anécdota, este es un tema delicado e
importante. No hay gobernabilidad ni estabilidad institucional democrática sin
juego de partidos. Y seguimos sufriendo del mismo inveterado caudillismo y la
ausencia crónica de partidos estables. Nuestra clase política no sólo es
ingrata con quienes enarbolaron cambios, como Haya de la Torre o Mariátegui,
también es ingrata, acaso más, con quienes fueron paladines del Estado
constitucional de derecho, del parlamentarismo y de la democracia de partidos,
como fue el caso de don Manuel Pardo y Lavalle (Lima, 1834-1878), fundador del
Partido Civil (1871) y Presidente de la República entre 1872-1876. Manuel
Pardo, hijo del gran poeta, periodista y comediógrafo Felipe Pardo y Aliaga,
fue el primer político civil en llegar a Palacio de Gobierno por el voto
ciudadano y el segundo gobernante que pudo concluir su mandato sin ser
derrocado (el primero fue el general Ramón Castilla entre 1845 y 1851).
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Haya de la Torre con sindicalistas |
Salvando las distancias y los distintos intereses sociales
representados, tanto Pardo, un liberal moderado, como Haya de la Torre, que
profesaba la izquierda democrática, lucharon contra el status quo de sus
respectivos tiempos, así mismo, fueron profundamente antimilitaristas, quizás
por eso los tildaron de enemigos tanto de la religión católica como del
ejército, nada más alejado de la realidad. Para muestra un botón, el líder
civilista rezaba que “…El militarismo es el enemigo más formidable del
verdadero ejército, es lo que lo corrompe, lo que desacredita, lo que
vulgariza, lo que ahoga todos los elementos nobles, dignos y abnegados que se
encuentran bajo el uniforme”, y sabía lo que decía ya que había sido testigo de
la sangrienta insurgencia de los hermanos Gutiérrez contra el presidente Balta;
a su vez, el jefe aprista expuso en su Discurso-Programa de 1931: “…Nuestra
adhesión a los Institutos Armados no es un recurso oratorio del momento, está
basada en nuestro concepto económico y político del Estado; es un resultado
lógico de nuestra ideología, un resultado lógico de nuestro programa de
reorganización.”.
Ambos líderes fueron satanizados por los sectores más
conservadores, Pardo por la vieja oligarquía estanciera nostálgica del
esclavismo, Haya de la Torre por el latifundismo reacio a la modernidad y
cobijador del gamonalismo; y por si fuera poco,
siendo candidatos, Pardo con 38 años y Haya de la Torre con 36, el
intento de fraude y el fraude consumado no les fue ajeno. Por otro lado, la
historia nos muestra a estos dos líderes de partido como políticos entregados
en cuerpo y alma a sus proyectos nacionales, por un lado Manuel Pardo, con una
gran experiencia en el Estado como Director de la Beneficencia Pública de Lima
(1868) y como Alcalde de la misma ciudad (1869-1870) y por otro, Haya de la
Torre aunque sin ese “plus” pero con el empeño de impulsar una gigantesca
renovación social por medio de una reestructuración estatal y un nuevo modo de
inclusión del capital extranjero al desarrollo nacional. A pesar de los cargos
que tuvieron, el conocimiento que adquirieron y su común linaje aristócrata,
fueron caudillos que también conectaron con una amplia ciudadanía y lograron
cimentar férreas lealtades, Pardo con la nueva clase media que aspiraba a ser
una clase empresarial y Haya de la Torre con las modernas clases trabajadores
anhelantes de dignidad y justicia social.
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Manuel Pardo |
Tanto Pardo como Haya de la Torre se opusieron al encono
antidemocrático con esfuerzos de concertación. Pardo impulsó la idea de un
acuerdo permanente entre los grupos políticos democráticos para contener el
nuevo militarismo representado por Mariano Ignacio Prado, pero sus principales
adversarios (fundadores del Partido Nacional en 1877) lo acusaron de querer
establecer una “argolla” y un “despótico exclusivismo”. Por su parte, para
evitar nuevos golpes de Estado, Haya de la Torre propuso la “convivencia” en
1956 y la Coalición parlamentaria en 1963, que fue motejada como “un pacto con
el diablo”. Pardo y el civilismo fueron sistemáticamente denigrados por el
diario clerical “La Sociedad”. Haya de la Torre y el aprismo tuvieron su
némesis en el diario mercantilista “El Comercio”. Ambos también fueron objeto
de intrigas letales. Pardo sufrió un atentado criminal el 22 de agosto de 1874,
siendo Presidente de la República, y finalmente murió asesinado por un fanático
militarista el 16 de noviembre de 1878, siendo presidente del senado; a su vez,
Haya de la Torre sufrió no menos de tres atentados durante el período conocido
como “la gran clandestinidad” (1934-1945).
Por supuesto, dentro de estas similitudes hay una gran
diferencia. Pardo representó a las nuevas clases medias de su tiempo pero
también al empresariado liberal surgido del apogeo de la explotación de guano y
el salitre. Detrás de Manuel Pardo, quien era hacendado y además Presidente del
Banco del Perú (este banco, junto con el Nacional y el Providencia tenían el
magnífico negocio de ser socios de la Compañía Administradora del Estanco del
Salitre, formada en 1873), había lo que hoy podríamos llamar un “lobby” de
poderosos empresarios nativos y foráneos, como los banqueros y aseguradores del
grupo representado por Emilio Forero (Presidente del Banco Garantizador), el
contratista de obras civiles Henry J. Meiggs,
los industriales metal mecánicos y cerveceros Jacob Backus y Howard
Johnston, el fabricante de golosinas Arthur Field y otros más que ejercían el
monopolio en sus actividades manufactureras, junto con los marinos mercantes
explotadores del tráfico de inmigrantes asiáticos como los Grace y los Bryce, de
origen irlandés. Fue contra Pardo y el Partido Civil que el joven periodista
chiclayano José Andrés Torres Paz (1857-1881, muerto en la defensa de Lima)
acuñó por primera vez el término “oligarquía” en el vocabulario político
peruano. Su folleto “La oligarquía y la crisis”, que fuera motivo de una
disertación del autor el 20 de agosto de 1877, pretende alertar sobre el
peligro que significaría para el futuro del país que los poderosos intereses
económicos albergados por el civilismo llegaran a controlar el Estado.
En el caso de Haya de la Torre y el aprismo, hubo un temor
semejante proveniente de una base social totalmente diferente. El poder que el
aprismo mostraba en los sindicatos de obreros fabriles, mineros, portuarios,
pescadores, transportistas, maestros, empleados bancarios y de comercio, así
como comunidades campesinas, cooperativas de artesanos, escuelas politécnicas y
universidades, era considerado una fuente de “chantaje social” y dictadura
fascista, como lo confiesa el instigador de estas acusaciones tremendistas,
Eudocio Ravines, en su libro de memorias La Gran Estafa.
Aún así, ha sido por el magisterio político de sus líderes
que el civilismo fue mucho más que un apéndice de intereses económicos: fue
sobre todo una escuela de ciudadanía en una época fuertemente sesgada hacia el
militarismo. Y el aprismo siempre fue mucho más que un partido aglutinador de
sindicatos: fue sobre todo el partido-escuela del ciudadano defensor de un
cambio social responsable. En el civilismo hubo mucho más que un lobby de
empresarios: hubo multitudes de ciudadanos esperanzados en una verdadera
democracia; del mismo modo que en el aprismo hubo grandes multitudes de hombres
y mujeres no sindicalizados anhelantes de una democracia de pan con libertad.
Sin embargo, todo proyecto político serio debe pasar por
procesos de renovación pues es vital que la organización sobreviva a la muerte
del fundador. Ello no significa un simple relanzamiento sino que esta
renovación debe contar con otros elementos como la participación de nueva
sangre, nuevos líderes que suplan a los líderes envejecidos para que con ello
la organización pueda aportar nuevas ideas para la superación de los problemas
nacionales. Esto quiere decir la construcción de un nuevo programa que dé
nuevas respuestas a los nuevos desafíos, para ello es inexorable una nueva
generación.