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Haya entrega bandera indoamericana a la Federación de Estudiantes de México |
Cuando se construyen movimientos sociales con cimientos bien logrados, viven
mucho tiempo y trascienden en la historia. Hace 90 años un joven Haya de la
Torre, dirigente universitario, fue deportado a Panamá y recibido por Alberto
Luis Rodríguez, Presidente de la Federación de Estudiantes Panameños y una
delegación de universitarios, luego escaló en Cuba y fue recibido por José
Antonio Mella, presidente de la Federación de Estudiantes de Cuba, e invitado a
la Universidad Popular José Martí,-así es, el mismo modelo de la Universidad
Popular González Prada (UPGP)-, a compartir sus experiencias y promover la
unidad de estudiantes y obreros del continente. De esta forma el 16 de
noviembre de 1923 desembarca en México para inmediatamente contactarse con el destacado
político y educador José Vasconcelos (Oaxaca, 27 de febrero de 1882 - ciudad de
México, 30 de junio de 1959) para colaborar en la Secretaría de
Educación,-digamos el Ministerio de Educación-, en la edición de obras de
literatura y en la promoción del arte y la cultura como por ejemplo las obras
murales de Diego Rivera. La amistad con Diego Rivera apunta varias anécdotas
como el homenaje a Zapata en Cuatla y el exacerbado discurso del general
Plutarco Elías Calles, en ese momento candidato oficial a la presidencia, que
le pudo costar hasta la vida “¡El
programa agrarista de Zapata es el mío!” en un contexto donde se pretendía
negar la vena zapatista[1].
La revolución mexicana y la reforma agraria inspiraron el pensamiento
político de Haya de la Torre que germinó junto a intelectuales y artistas como
Diego Rivera, Carlos Pellicer, Jaime Torres, Salvador Novo, Antonio Caso,
Daniel Cosío, entre otros.
Tortilla, mezcal y tequila
La agitada agenda del colaborador de José Vasconcelos le permitió
ganarse un espacio entre estudiantes y académicos que retroalimentaban la idea
de una América unida y justa. Aquel México dio gravitantes insumos, como la
idea de la raza cósmica de Vasconcelos, y el clima de
discusiones, publicaciones y afanes por empezar “a organizar colectivamente la conciencia política del continente,
frente a su problema central: la integración”, diría Haya de la Torre.
Miércoles 7 de mayo de 1924: El Discurso y la bandera indoamericana
La Federación de Estudiantes de México había elegido a su nuevo
Presidente y la transferencia del cargo estaría a cargo de Haya de la Torre e
implicaba una elaborada ceremonia en el Salón de Actos del Museo Nacional de
México con la presencia de las principales autoridades del país[2] como
la presencia de Pedro Caso, Rector de la Universidad Nacional Autónoma de
México, y algunos ministros y representantes del Gobierno. José Ceniceros[3] le
alcanzó a Haya de la Torre el detalle de la bandera indoamericana para
el desenlace de un sustancial discurso dirigido a la juventud del continente,
que sería hito fundacional y simbólico de la Alianza Popular
Revolucionaria Americana resumida tiempo después en “Por el Frente Único de Trabajadores Manuales e Intelectuales, Contra
el Imperialismo. Y por la Justicia Social”.
Más allá del brillante discurso, el acto fue guiado por la urgencia de
la acción frente al acoso y amenazas del imperialismo yanqui en Panamá,
Nicaragua, Cuba y el resto del continente. Leit motiv en el
que comulgaron los fundadores APRA en el destierro,
persecución y martirio.
[1]
Francisco Pineda refiere la anécdota entre Rivera y Haya de la torre, al pie de
página lo señala como “Político peruano socialdemócrata refugiado en México,
donde fundó el APRA el 7 de mayo de 1924”. En
“Operaciones del poder sobre la imagen de Zapata, 1921-1935”.
[2]
Percy Murillo relata y apunta datos de la simbólica jornada del nacimiento del
APRA. En: “Historia del APRA 1919-1945”. Capítulo II: La Fundación del Apra”
pp. 51 – 54.
[3]
Luis Alberto Sánchez describe a José Ceniceros como uno de los incitadores a
que Haya de la Torre conduzca una cruzada continental y quien le entregara la
bandera indoamericana que había confeccionado su novia. En: “Haya de la Torre y
el Apra” pp. 150.
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