*Abogado, Estudiante de la maestría de Gobierno y Gestión
Pública del Instituto de Gobierno de la Universidad San Martin de Porres y
miembro del Instituto Democracia y Libertad.
El economista francés Thomas Piketty es autor del polémico best seller “El capital en el siglo 21”. Según la tesis de Piketty la desigualdad
económica en el sistema capitalista tiene origen estructural. Cuando la tasa de remuneración
(rentabilidad) al capital
("r") es mayor a la tasa de crecimiento ("g") = r>g ,
“el capitalismo automáticamente genera desigualdades arbitrarias e
insostenibles que socavan radicalmente los valores meritocraticos sobre los
cuales se basan las sociedades democráticas.”
En sentido estricto el sistema deriva del usufructo de la propiedad
privada sobre el capital como herramienta de producción. La rentabilidad del
capital es directamente proporcional al nivel de producción de la inversión. A
mayor producción de la inversión, mayor rentabilidad al capital; a mayor rentabilidad al capital, mayor
acumulación. El Capital acumulado retroalimenta el proceso. Si la tasa de
crecimiento de la renta al capital supera a la
tasa de crecimiento económico (PBI, empleo, infraestructura, etc.) lógicamente
la desigualdad crece.
El crecimiento de la brecha de desigualdad es intrínseco al sistema, por
las razones que Piketty expone. Pero
también hay otros elementos
interactuando. Durante el último
siglo la humanidad incrementó 700% su
capacidad productiva y a pesar del “efecto inevitable la brecha de desigualdad disminuyo
logrando por ejemplo que la desnutrición crónica y otras carestías se redujeran del 50% al 13% de la población
mundial. Este fenómeno se debió a que para asegurar la rentabilidad del capital,
el “sistema económico” necesita de
ciertas condiciones domesticas básicas que hagan posible la creación de
riquezas: infraestructura adecuada, mano de obra calificada, estabilidad,
seguridad, etc. Como Haya de la Torre ya
lo había advertido, el capitalismo es ambivalente pues estas condiciones del sistema generan externalidades positivas y negativas que
impactan en la vida de las personas y su entorno. Crea infraestructura, genera
puestos de trabajo, dinamiza el potencial productivo de un pais, etc. pero paralelamente
también contamina, subemplea, polariza, etc.
El capitalismo es un sistema económico, y como todo sistema puede ser
regulado. La mayor traba está centrada en
la condición ética de quienes deciden sobre los usos de la riqueza que produce el capital. Existen países que en 1960 eran dos veces más
pobres que el Perú y a pesar de haber liberalizado sus economías con la inversión privada, y al
condición estructural de r>g, lograron reducir su brecha de desigualdad a través de
inversiones claves orientados al recurso humano
alcanzando su renta per cápita de 82 dólares a 30,000 dólares anuales. Este
fenómeno evidencia la plasticidad que tiene el sistema respecto de su
regulación.
En suma, la desigualdad está ligada en mayor proporción a la deficiente
provisión, acceso y consumo de bienes y
servicios que a los problemas estructurales del sistema. El bienestar de los
hogares depende de la facilidad con la
que sus miembros pueden acceder a diferentes bienes y servicios. La ausencia de
estos disminuye considerablemente la productividad de otros factores como la
tierra, el capital físico y el humano; y aumenta el proceso de aislamiento
geográfico, conflictividad social y problemas de gobernabilidad, socavando la
cohesión social y las posibilidades de desarrollo. La calidad y la
accesibilidad de los bienes y servicios condicionan el bienestar de los
hogares. Mientras más rápida y accesible sea la provisión de servicios básicos
mayor es el bienestar, independientemente de quien la provea. No todos
partimos en igualdad de condiciones, sin
embargo la infraestructura y sus
externalidades ayudad a cerrar la brecha de oportunidad y aumentan la
probabilidad de éxito a un mayor número
de habitantes.
El capital es consustancial a la infraestructura. Sin capital no hay infraestructura, sin infraestructura no hay la provisión de
servicios básicos y sin provisión de servicios o bienes básicos no hay equidad.
Por ello la brecha de la desigualdad no depende de la abolición de la propiedad
privada sino de una intervención más dinámica e inteligente del estado, que
permita convertir la debilidades del
sistema en oportunidades reales para una lucha eficiente contra la desigualdad.
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