Aproximación
al Contexto del proceso electoral de 1931
Por Hernán Hurtado
El proceso
electoral de 1931 tuvo dos fuerzas
políticas protagonistas, el Partido Aprista Peruano (PAP) y la Unión
Revolucionaria (UR), lideradas por Víctor Raúl Haya de la Torre y Luis Miguel
Sánchez Cerro respectivamente.
Haya de la
Torre es proclamado candidato presidencial del Apra el 23 de febrero 1931, pero
recién regresa al Perú, luego de 8 años en el destierro, el 12 de julio 1931. Acude
al I Congreso del PAP (20 de agosto 1931) de donde se discute y recoge el
primer programa del Apra. Luego pronuncia en la Plaza de Acho de Lima el
célebre «Discurso-programa» (23 de agosto 1931). El PAP denuncia fraude
electoral en octubre de 1931.
El fraude
electoral orquestado por la oligarquía y huestes reaccionarias le dieron la presidencia
a Sánchez Cerro y empezaría el período de los 16 meses de tiranía y el primer capítulo de masacres apristas.
El 8 de
diciembre Haya de la Torre es recibido en Trujillo por un multitudinario mitin.
El discurso pronunciado aquella tarde bautizado como “profético” tuvo como
objeto promover la organización y la acción. Más allá del encuentro lirico del
militante, la voz de orden apuntó a definir la fortaleza de la organización
política frente a la historia. El lenguaje se rige por ser optimista,
infatigable y vencedor. Es un mensaje de inicio de la victoria en el tiempo y
una denuncia categórica a los oportunistas y claudicantes.
DISCURSO ANTE EL PROCESO ELECTORAL[1]. Por Víctor Raúl Haya de la TorreTrujillo 8 de diciembre de 1931
Compañeros:
Este no es un día triste para nosotros, es el día inicial de una
etapa de prueba para el Partido. Vamos a probar, una vez más, en el crisol de
una realidad dolorosa quizá, la consistencia de nuestra organización, la fe en
nuestras conciencias y la sagrada perennidad de nuestra causa.
Quien en esta hora de inquietud, de sombrías expectativas inmediatas
para nosotros, se sienta acobardado o sin fortaleza, no es aprista. Nosotros no
queremos en el Partido apristas que duden de su causa o duden de sí mismos en
los momentos de peligro. Nosotros no queremos cobardes. No queremos traidores.
Y ser traidor en esta hora, es no sólo ser el Judas que nos vende, sino el
cobarde que da paso atrás. Para uno y otro no hay lugar en nuestras filas.
Aunque el Partido quedara reducido a lo que fue durante la tiranía de Leguía,
nuestro deber nos impone eliminar despiadadamente a todo aquel que atemorizado
por la victoria fugaz del fraude y de la usurpación crea que estamos perdidos.
¡No estamos perdidos!... Yo afirmo que estamos más fuertes que
nunca. Porque gobernar no es mandar, no es abusar, no es convertir el poder en
tablado de todas las pasiones inferiores, en instrumento de venganza, en
cadalso de libertades; gobernar es conducir, es educar, es ejemplarizar, es
redimir. Y eso no lo harán jamás quienes van al poder sin título moral, quienes
carecen de la honradez de una inspiración superior, quienes capturan el Estado
como botín de revancha. Ellos mandarán, pero nosotros seguiremos gobernando.
Porque nosotros continuamos educando, organizando y dando ejemplo, vale decir,
nosotros continuamos redimiendo. Quienes han creído que la única misión del
aprismo era llegar a Palacio, están equivocados. A Palacio llega cualquiera,
porque el camino de Palacio se compra con oro o se conquista con fusiles. Pero
la misión del aprismo era llegar a la conciencia del pueblo antes que llegar a
Palacio. Y a la conciencia del pueblo no se llega ni con oro ni con fusiles. A
la conciencia del pueblo se llega, como hemos llegado nosotros, con la luz de
una doctrina, con el profundo amor de una causa de justicia, con el ejemplo
glorioso del sacrificio... ¡Sólo cuando se llega al pueblo se gobierna: desde
abajo o desde arriba! Y el aprismo ha arraigado en la conciencia del pueblo.
Por eso, mientras los que conquistaron el mando con el oro o con el fusil crean
mandar desde Palacio, nosotros continuaremos gobernando desde el pueblo.
La fuerza que da el mando, al servicio de la injusticia, de los
apetitos de venganza, sólo es tiranía. Por la fuerza no se nos reducirá.
Correrá más sangre aprista, nuestro martirologio aumentará su lista inmortal,
el terror reiniciará su tarea oprobiosa, pero el aprismo ahondará cada vez más
en la conciencia del pueblo. La bandera de nuestra causa agitará siempre más
alta y más firme su idealidad de justicia. Y cumplida esta etapa de nueva
prueba, insurgiremos con la omnipotencia de los invictos y demostraremos que
las grandes causas no perecen por el miedo.
¿Esperar?... Sí, esperar, pero no esperar en el descanso, en la
pasividad, en la falsa expectativa del que aguarda que las cosas vengan solas.
Esperar en la acción, esperar con la convicción total de que los rumbos del
destino los señalaremos nosotros. Sólo nuestra resolución de vencer nos dará la
victoria final y ahora, más que nunca, debemos estar resueltos a vencer. La
voluntad y sólo la voluntad es el timón de nuestro destino.
Yo también esperé ocho años, en la persecución, en la prisión y en
el destierro. Ocho años de soledad que fueron ocho años de determinación
indeclinable. Muchas veces estuve solo. Muchas veces supe de la tremenda
realidad de la incomprensión y del olvido. Pero no desmayé nunca. La decisión
de vencer, detenida por todos los obstáculos, no me abandonó un solo día. Me
había propuesto que el Partido surgiera vencedor del olvido, de la ignorancia,
del pavor, de la desorganización. Y el Partido insurgió poderoso. Mis ocho años
de lucha estaban ganados. El aprismo es hijo de la voluntad que encarnó en el
dolor de un pueblo, engendrando en él una fuerza orgánica y poderosa que habría
de servirle de instrumento vital para alcanzar la justicia.
Desde entonces no he abandonado mi puesto: ¡no lo abandonaré nunca!
Sabiendo que el aprismo como religión de justicia, como credo de libertad, es
causa de acción, de lucha, de rebeldía, de batalla tenaz y perenne, no me
asustan las adversidades cotizables. Más me asustarían las victorias fáciles
porque podrían enervarnos. Ganar obstáculos, aprovechar con optimismo de todas
las experiencias por duras que ellas sean, es cumplir la obra de superación que
el aprismo necesita para hacerse digno de la gran victoria. Por eso, contemplo
serenamente la iniciación de este nuevo período de prueba que hoy se anuncia.
Con la curiosidad del padre o del inventor que quiere probar al hijo o la obra
al embate de todas las resistencias, yo quiero ver al Partido soportando y
venciendo en esta etapa dolorosa pero quizá necesaria para definir su
fortaleza. Quiero que después de este duro examen, en el que vamos a probar
nuestra fe, nuestra energía, nuestro espíritu revolucionario, nuestra
indesmayable decisión de constructores del nuevo Perú, volvamos a encontrarnos
limpios y dignos los unos de los otros. ¡Porque a quien quiera que se
amedrente, jefe o militante, le llamaremos cobarde; y a quien quiera que
claudique, jefe o militante, le llamaremos traidor!
Compañeros:
Hoy comienza para los apristas un nuevo capítulo de la historia del
Partido. Las páginas de gloria o de vergüenza las escribiremos nosotros con
sangre o con lodo. Hasta hoy, nada tenemos de qué sonrojarnos. Hemos dado
ejemplo y si hemos perdido temporalmente, esta pérdida nos enorgullece porque
ella implica para el aprismo la más alta y más hermosa victoria moral que haya
inscrito partido alguno en la historia política del país. Declaro con orgullo
que los apristas han respondido con admirable unanimidad al espíritu del
Partido, a la consigna elevada de su gran programa. ¡Continuemos así! La unidad
del Partido, la disciplina del Partido, la fe del Partido, no han perdido hasta
hoy nada de su vigor o de su elevación. De hoy en adelante, la tarea será más
difícil. Las vacaciones semidemocráticas que impuso nuestra fuerza han
terminado. El Perú vuelve desde ahora al imperio del despotismo. Nosotros hemos
ganado una organización cohesionada y formidable. Nuestro deber, nuestro gran
imperativo, es seguir siempre adelante.
Somos el Partido del pueblo y la causa del pueblo vencerá. Yo estaré
en mi puesto hasta el fin. Espero que cada uno de los apristas no abandone el
suyo. Así, pasados los días siniestros que aguardan al Perú, resurgirá nuestra
obra, todopoderosa. Entonces, los que ahora den paso atrás o nos vuelvan la espalda,
llegarán tarde si intentan regresar. Porque el aprismo, que es justicia, que es
redención, que es pureza y es sacrificio, rechaza a los claudicantes y a los
oportunistas, a los que en las horas de buena expectativa nos brindaron su
ayuda para abandonarnos después. Ahora más que nunca defendamos la unidad del
Partido y ahora más que nunca seamos severos con nosotros mismos.
Con la alegría profunda de los luchadores fuertes, con la convicción
de nuestra gran causa, con la decisión de vencer, seguimos adelante. Seamos
dignos del pueblo y hagamos que el pueblo sea digno de nosotros. ¡Sólo el
Aprismo salvará al Perú!
[1] Haya de la Torre, Víctor Raúl, Obras completas, tomo 5, págs.
87-90. Librería Editorial Juan Mejía
Baca, Lima, 3ª ed., 1984.
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