AREQUIPA:
1857 – 1858, LA
REVOLUCIÓN DE LOS OCHO MESES
Homenaje al 472 aniversario de la
fundación de Arequipa- 15 de agosto de 1540
Hugo Vallenas Málaga
El deán
Juan Gualberto Valdivia (Islay 1796-Arequipa 1884), religioso, escritor y
caudillo que personificó la pasión regionalista de los arequipeños. Su libro Las revoluciones de Arequipa (1874)
relata con gran amor por su terruño la heroica resistencia de los arequipeños a
la imposición política de Ramón Castilla en 1857.
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Luego de
pronunciarse en Arequipa,
el 1 de noviembre de 1856, contra la presidencia provisional de Ramón Castilla,
Manuel Ignacio de Vivanco intentó atacar Lima y Trujillo con tres unidades de
la escuadra peruana: la fragata Apurímac y los bergantines Loa y Tumbes. En enero
de 1857, al fracasar estas operaciones, se refugió en Arequipa, dispuesto a
resistir el asedio de las fuerzas gubernamentales.
Cuenta el Deán Valdivia en su testimonio sobre Las revoluciones de Arequipa (1874), que
Vivanco tenía un amplio y sólido respaldo popular en esta región. Y que,
estando el propio Vivanco dispuesto a deponer las armas ante el fracaso de las
expediciones realizadas, el pueblo arequipeño, en forma multitudinaria, se
pronunció por “vencer o morir” al lado de Vivanco.
El estrecho vínculo entre Vivanco y Arequipa
provino, por una parte, de su popular desempeño como prefecto del departamento
en 1839; por otro, de los lazos familiares,
sobre todo por estar casado con doña Cipriana La Torre , dama arequipeña de
distinguida estirpe, sobrina por vía materna del prócer Francisco Javier de
Luna Pizarro y descendiente directa de Juan de la Torre , uno de los Trece del
Gallo y firmante de la fundación de la ciudad de Arequipa. Según relato del
viajero Max Radiguet, doña Cipriana era mujer tan hermosa como de imponente
temperamento, y tuvo un papel destacado arengando al pueblo y los soldados en
su ciudad natal, en 1841, en apoyo de Vivanco contra el gobierno de Manuel
Menéndez.
No obstante estar informado de
este respaldo raigal de los arequipeños a Vivanco, Castilla no estuvo dispuesto
a realizar ninguna gestión de paz. Envió desde Lima tropas fuertemente
equipadas y pesados cañones de sitio, mientras acudía a presentar batalla
contra Vivanco el general Miguel de San Román, al mando del Ejército del Sur.
San Román ocupó las alturas de Yumina, en Paucarpata, en las proximidades de la
ciudad del Misti, donde fue atacado por las fuerzas arequipeñas el 29 de junio
de 1857, viéndose obligado a replegarse hasta Quequeña. En esta localidad, San
Román se mantuvo inmovilizado en espera de los refuerzos provenientes de Lima.
Castilla acudió en julio de ese
año a conducir directamente las operaciones militares. Ubicó sus posiciones de
fuerza en las lomas de Sachaca, iniciando desde allí, con cañones de recio
calibre, un incesante bombardeo contra la ciudad. Luego dispuso bloquear las
accesos de agua de la ciudad, inutilizar las zonas agrícolas cercanas y
garantizar una total incomunicación de la ciudad con el exterior. El severo
sitio duró ocho meses. Castilla hizo frecuentes llamados a la rendición
incondicional que fueron rechazados por los arequipeños.
Por cuenta propia, la población en
armas hizo frecuentes intentos de romper el cerco. Cuenta el Dean Valdivia que
“el ardor de los arequipeños, a pesar de ser ya proverbial para los combates,
fue llevado entonces hasta la exageración; sin orden de Vivanco salían gruesas
partidas a pelear contra la avanzadas de Castilla; los más días se traían a la
ciudad cuatro o seis muertos, y muchos heridos al hospital o a sus casas”. Con
el transcurrir de los meses la desigualdad de fuerzas se tornó abrumadora: un
ejército sitiador bien pertrechado y abastecido contra una milicia popular
desordenada y escasamente armada. Uno de los valientes defensores de Arequipa, el
poeta Benito Bonifaz, que daría la vida durante la batalla final por la toma de
la ciudad, escribió a propósito de esos días heroicos:
¿Los
veis lanzarse a la pelea
con la
serenidad de los valientes?
Son los
hijos del Misti, los ardientes
Soldados
del honor.
¿Los
veis marchar con la cabeza erguida
en
busca de la gloria o de la muerte?
Son los
hijos del Misti, los de fuerte
y noble
corazón,
cuya
sangre real será vertida
a
torrentes quizás,
antes
que, con sus plantas, insolente
aquél,
que la fortuna ha levantado
su
recinto magnífico y sagrado
se
atreva a profanar.
Cuenta también el Dean Valdivia que el pueblo
arequipeño rechazaba y castigaba con extrema dureza a quienes se atrevían a
mostrar flaqueza y deseos de pasarse al enemigo. Se les llamaba macca mamas (castigadores de su madre).
Los pedidos de mediadores diplomáticos dirigidos a lograr un armisticio que
evite más desventuras y derramamiento de sangre para los arequipeños no fueron
aceptados por ninguna de las partes en guerra. En la madrugada del sábado 6 de
marzo de 1858, Castilla ordenó a sus siete mil soldados la captura de la
ciudad, librándose una dura batalla, calle por calle, durante 48 horas. Apenas
se supo victorioso, Castilla dispuso que Arequipa pierda la categoría de
capital de departamento. Dicha medida quedó sin efecto apenas se eclipsó la
estrella política del mariscal tarapaqueño.
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