Nosotros no empleamos la democracia como paso o compás de espera para el socialismo o el comunismo; para nosotros, la democracia es una meta en sí. No queremos pan sin libertad como en Rusia. O libertad sin pan como en otras partes. Queremos ambas cosas. No queremos arrebatar la riqueza a los ricos para dársela a los pobres; lo que perseguimos es crear nuevas riquezas para aquellos que no tienen ninguna. No queremos dictadores desde arriba, como en el fascismo, ni dictadores desde abajo como en el comunismo.

Víctor Raúl Haya de la Torre, entrevista con el periodista Harry Hirschfeld, 23 de abril de 1946.

miércoles, 15 de agosto de 2012

AREQUIPA: 1857 – 1858, LA REVOLUCIÓN DE LOS OCHO MESES y el Deán Valdivia. Por Hugo Vallenas

El deán Juan Gualberto Valdivia (Islay 1796-Arequipa 1884),
religioso, escritor y caudillo que personificó la pasión
regionalista de los arequipeños.
Su libro 
Las revoluciones de Arequipa (1874) relata
con gran amor por su terruño la heroica
resistencia de los arequipeños a la imposición
política de Ramón Castilla en 1857.

AREQUIPA: 1857 – 1858, LA REVOLUCIÓN DE LOS OCHO MESES

Homenaje al 472 aniversario de la fundación de Arequipa- 15 de agosto de 1540

Hugo Vallenas Málaga

El deán Juan Gualberto Valdivia (Islay 1796-Arequipa 1884), religioso, escritor y caudillo que personificó la pasión regionalista de los arequipeños. Su libro Las revoluciones de Arequipa (1874) relata con gran amor por su terruño la heroica resistencia de los arequipeños a la imposición política de Ramón Castilla en 1857.

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Luego de pronunciarse en Arequipa, el 1 de noviembre de 1856, contra la presidencia provisional de Ramón Castilla, Manuel Ignacio de Vivanco intentó atacar Lima y Trujillo con tres unidades de la escuadra peruana: la fragata Apurímac y los bergantines Loa y Tumbes. En enero de 1857, al fracasar estas operaciones, se refugió en Arequipa, dispuesto a resistir el asedio de las fuerzas gubernamentales.

Cuenta el Deán Valdivia en su testimonio sobre Las revoluciones de Arequipa (1874), que Vivanco tenía un amplio y sólido respaldo popular en esta región. Y que, estando el propio Vivanco dispuesto a deponer las armas ante el fracaso de las expediciones realizadas, el pueblo arequipeño, en forma multitudinaria, se pronunció por “vencer o morir” al lado de Vivanco.

El estrecho vínculo entre Vivanco y Arequipa provino, por una parte, de su popular desempeño como prefecto del departamento en 1839; por otro, de los lazos familiares,  sobre todo por estar casado con doña Cipriana La Torre, dama arequipeña de distinguida estirpe, sobrina por vía materna del prócer Francisco Javier de Luna Pizarro y descendiente directa de Juan de la Torre, uno de los Trece del Gallo y firmante de la fundación de la ciudad de Arequipa. Según relato del viajero Max Radiguet, doña Cipriana era mujer tan hermosa como de imponente temperamento, y tuvo un papel destacado arengando al pueblo y los soldados en su ciudad natal, en 1841, en apoyo de Vivanco contra el gobierno de Manuel Menéndez.

No obstante estar informado de este respaldo raigal de los arequipeños a Vivanco, Castilla no estuvo dispuesto a realizar ninguna gestión de paz. Envió desde Lima tropas fuertemente equipadas y pesados cañones de sitio, mientras acudía a presentar batalla contra Vivanco el general Miguel de San Román, al mando del Ejército del Sur. San Román ocupó las alturas de Yumina, en Paucarpata, en las proximidades de la ciudad del Misti, donde fue atacado por las fuerzas arequipeñas el 29 de junio de 1857, viéndose obligado a replegarse hasta Quequeña. En esta localidad, San Román se mantuvo inmovilizado en espera de los refuerzos provenientes de Lima.

Castilla acudió en julio de ese año a conducir directamente las operaciones militares. Ubicó sus posiciones de fuerza en las lomas de Sachaca, iniciando desde allí, con cañones de recio calibre, un incesante bombardeo contra la ciudad. Luego dispuso bloquear las accesos de agua de la ciudad, inutilizar las zonas agrícolas cercanas y garantizar una total incomunicación de la ciudad con el exterior. El severo sitio duró ocho meses. Castilla hizo frecuentes llamados a la rendición incondicional que fueron rechazados por los arequipeños.

Por cuenta propia, la población en armas hizo frecuentes intentos de romper el cerco. Cuenta el Dean Valdivia que “el ardor de los arequipeños, a pesar de ser ya proverbial para los combates, fue llevado entonces hasta la exageración; sin orden de Vivanco salían gruesas partidas a pelear contra la avanzadas de Castilla; los más días se traían a la ciudad cuatro o seis muertos, y muchos heridos al hospital o a sus casas”. Con el transcurrir de los meses la desigualdad de fuerzas se tornó abrumadora: un ejército sitiador bien pertrechado y abastecido contra una milicia popular desordenada y escasamente armada. Uno de los valientes defensores de Arequipa, el poeta Benito Bonifaz, que daría la vida durante la batalla final por la toma de la ciudad, escribió a propósito de esos días heroicos:

¿Los veis lanzarse a la pelea
con la serenidad de los valientes?
Son los hijos del Misti, los ardientes
Soldados del honor.
¿Los veis marchar con la cabeza erguida
en busca de la gloria o de la muerte?
Son los hijos del Misti, los de fuerte
y noble corazón,
cuya sangre real será vertida
a torrentes quizás,
antes que, con sus plantas, insolente
aquél, que la fortuna ha levantado
su recinto magnífico y sagrado
se atreva a profanar.

Cuenta también el Dean Valdivia que el pueblo arequipeño rechazaba y castigaba con extrema dureza a quienes se atrevían a mostrar flaqueza y deseos de pasarse al enemigo. Se les llamaba macca mamas (castigadores de su madre). Los pedidos de mediadores diplomáticos dirigidos a lograr un armisticio que evite más desventuras y derramamiento de sangre para los arequipeños no fueron aceptados por ninguna de las partes en guerra. En la madrugada del sábado 6 de marzo de 1858, Castilla ordenó a sus siete mil soldados la captura de la ciudad, librándose una dura batalla, calle por calle, durante 48 horas. Apenas se supo victorioso, Castilla dispuso que Arequipa pierda la categoría de capital de departamento. Dicha medida quedó sin efecto apenas se eclipsó la estrella política del mariscal tarapaqueño.

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