Hugo Vallenas Málaga
Afiche electoral Laborista de 1945: “La industria debe servir al pueblo,
no esclavizarlo. Por la propiedad pública, no al monopolio privado. Vota Laborista”.
El Partido Laborista británico (British Labour Party),
—en cuya revista doctrinal Labour
Monthly publicó Haya de la Torre su célebre manifiesto “What is the APRA?”
(“¿Qué es el APRA?” en diciembre de 1926—, se rigió
entre 1918 y 1995 por un Estatuto (Constitution
en la tradición inglesa), cuya Cláusula cuarta (“Clause IV”), propuesta por el
célebre economista y pensador socialista Sidney Webb, daba un lugar central en
el Programa del partido a la “propiedad común” de todas las industrias,
entidades financieras y servicios.
Frente de trabajadores manuales e intelectuales estatizador
En efecto, el Estatuto Laborista aprobado en 1918 decía
en el sub punto 4 de la Cláusula 4 que uno de los fines del partido era:
“Asegurar a los trabajadores manuales e
intelectuales los frutos completos de su industria y la más equitativa
distribución que sea posible sobre la base de la propiedad común de los medios
de producción, distribución e intercambio; y del mejor sistema de administración
popular y control de cada industria o servicio que se pueda obtener”.
(El texto original en inglés decía: To secure for the workers by hand
or by brain the full fruits of their industry and the most equitable
distribution thereof that may be possible upon the basis of the common
ownership of the means of production, distribution and exchange, and the best
obtainable system of popular administration and control of each industry or
service.)
Por cierto, dicha “propiedad común” de las industrias
y demás negocios consistía sobre todo en la propiedad estatal y planificada,
aunque también incluía propiedad municipal y distintas formas de propiedad
cooperativa. En 1918 una consigna fuertemente promovida por el Laborismo fue la
“nacionalización de los ferrocarriles”, que se hizo realidad tres décadas
después, concluida la Segunda Guerra Mundial, en 1948.
En este último período, bajo el gobierno del primer
ministro laborista Clement Attlee (1945-1951), fueron nacionalizados, además de
los ferrocarriles, el Banco de Inglaterra, la aviación civil, las industrias
del carbón, hierro, acero, petróleo y gas; las telecomunicaciones y la
radiodifusión.
Elecciones inglesas de 1945: Attlee (Laborista) contra Churchill
(Conservador)
A esto se añadía un fervor marxista radical en la
propaganda y los discursos (algo ajeno a la tradición ecléctica y sindicalista
unitaria del Laborismo). De hecho, el Laborismo publicó en 1947 una “edición
oficial” del “Manifiesto Comunista” de Marx y Engels con los colores y siglas
partidarias y prólogo de Harold Lasky
Consecuencias de las nacionalizaciones
El Laborismo “comunistizante” polarizó al país. El
Partido se fortaleció sindicalmente pero perdió electorado en las clases
medias. El nuevo sistema tampoco funcionó bien. En teoría, el sistema
nacionalizado debería ayudar a bajar el costo de la vida mediante precios más
justos y estables. Se complementaba con el Sistema Nacional de Salud y la red
de subsidios de lo que Attlee llamó “Estado de bienestar de la cuna a la tumba”
(“Welfare State from cradle to grave”) creados por la ley de seguridad social
nacional de 1946 (National Insurance Act of 1946).
Se decía que los servicios baratos y/o gratuitos
elevaban el poder de compra de los salarios. Sin embargo, la experiencia
práctica mostró que el rígido monopolio estatal en la industria básica y los
servicios del Laborismo —sin
un régimen de derecho privado y sin libertad para captar inversiones en el
mercado de capitales— hacía surgir presiones inflacionarias que afectaban
a todos los ciudadanos. Para el hombre de la calle y el ama de casa, el Estado
subía constantemente los precios y las tarifas sin que el producto o el
servicio mejoren de calidad. Esto se tradujo en un resurgimiento del Partido
Conservador, que tuvo cuatro victorias consecutivas (1951-1964).
Intentos de reforma
En 1959, preocupado por las derrotas electorales
del Laborismo, su líder Hugh Gaitskell propuso modificar el sub punto 4 de la
Cláusula IV. En plena Guerra Fría, siendo Gran Bretaña el segundo socio más
importante de la OTAN, resultaba más que contraproducente que el Partido
Laborista tuviera como objetivo lograr la “propiedad común” de todas las
industrias, medios de cambio y servicios. El país del agente 007 no podía darse
ese lujo.
Afiche Laborista de posguerra: “Ayudemos a que terminen su trabajo.
Denles hogar y trabajo”
Con ánimo pragmático, Gaitskell proponía recortar
el párrafo conflictivo dando mayor ambigüedad a la extensión y plazo de
realización de la “propiedad común”. El partido no aceptó la reforma. No solo
fue rechazada con severidad; se decidió incluir el texto completo del sub punto
4 de la Cláusula 4 en los carnets de todos los afiliados.
Aunque el Laborismo recuperó terreno y regresó al
gobierno con Harold Wilson (1964-1970 y 1974-1976) y James Callaghan
(1976-1979), tuvo mandatos inestables y conflictivos. Mantener en forma
simultánea el monopolio estatal en tantos rubros, subsidiar el Estado de
bienestar “de la cuna a la tumba”, participar en la formación de la Comunidad
Europea y cumplir con las obligaciones de potencia militar mundial, generaron
una grave crisis de balanza de pagos que obligó en noviembre de 1967 a devaluar
la libra esterlina.
Entra en escena Margaret Thatcher
Durante el gobierno de Callaghan el Partido
Laborista tuvo que sujetar sus políticas a una frágil alianza con el pequeño Partido
Liberal para obtener mayoría parlamentaria. Mientras tanto, la crisis se
agudizó a todos los niveles. La economía fue oficialmente declarada en recesión
entre 1979 y 1981, causando dos millones de desempleados. Entre 1978 y 1979 se
produjo el “gran invierno del descontento”, que no fue otra cosa que un
enfrentamiento a nivel de todo el Reino Unido de los trabajadores del sector
público, demandando alza de salarios, contra el Estado que aducía falta de
recursos.
La oleada de huelgas de 1979 hizo que el Laborismo
cayera en un severo descrédito. Su electorado se redujo en forma alarmante.
Hubo quienes dejaron el barco al ver que parecía hundirse y fundaron otros
grupos políticos como el SDP (Partido Social Demócrata). En eso llegó la señora
Margaret Thatcher, cuya política conservadora la mantuvo en el poder durante
tres períodos (1979-1990).
La época Thatcheriana: Ganancias corporativas: “Necesitamos reducir la
carga”.
Los trabajos al agua.
El éxito de la señora Thatcher se basó en buena
medida en la condena de la intervención del Estado en la economía. En su primera
conferencia de prensa como primer ministro dijo: “Vine a esta oficina —se refiere a 10
Downing Street, la sede del gobierno— para cambiar Gran Bretaña, para que deje
de ser una sociedad dependiente de limosnas y confíe en sí misma, para que deje
de ser una nación basada en dame-de-todo y se vuelva en hazlo-tú-mismo”.
Durante
su segundo mandato, beneficiada con la victoria militar contra Argentina en las
islas Falkland o Malvinas (abril-mayo de 1982), la señora Thatcher redujo
severamente el gasto público, privatizó empresas estatales y limitó los
derechos sindicales, con total indiferencia del enorme costo social.
Por
ejemplo, entre 1984 y 1985 se enfrentó a una huelga general de los mineros del
carbón que duró 12 meses, con el fin de cerrar 20 de las 174 minas estatales de
carbón, cuyo efecto sería eliminar 20 mil de un total de 187 mil empleos. Una
de las últimas privatizaciones fue de los ferrocarriles entre 1994 y 1997,
fragmentándolos en 25 sub empresas. El Thatcherismo puso al Laborismo al borde
de la desaparición, no solo electoral sino física, con el desempleo y la
restricción del sindicalismo.
La operación
rescate de Tony Blair
El Laborismo salió de este atolladero gracias a
Tony Blair, convertido en líder del Laborismo en 1994; y que llegó a ser el
personaje más joven en llegar al puesto de primer ministro inglés desde 1812.
Al igual que la señora Thatcher, también gobernó tres períodos, entre 1997 y
2005. Su primera elección al gobierno dio al Laborismo 418 escaños en la Cámara
de los Comunes (de un total de 659), en base a 13.5 millones de votos, el
récord más alto logrado por el Laborismo (también fue el primer partido que
llevó 120 mujeres al Parlamento).
“Por sus obras los conoceréis”: El mayor logro de Thatcher sería que
Blair dirija el Laborismo.
El éxito de Blair se basó en una dura batalla, dentro
y fuera del Laborismo, contra los remanentes marxistas en teoría y práctica. En
un folleto publicado en 1994 por la Sociedad Fabiana, Blair sostuvo que habría
que redefinir el socialismo como una postura ética, no como un modelo
económico-social. Este “socialismo ético” debería orientar políticas realistas
que busquen la paz, la democracia social, “el reconocimiento de los individuos
como seres dignos, creativos e interdependientes” (aboliendo el concepto de
“masas”), sin odios raciales, religiosos, ideológicos o económicos (es decir,
aboliendo la “lucha de clases”) y “promoviendo la libertad económica sin
desmedro de la justicia social” (es decir, siendo tolerante hacia la economía
de mercado). Fue el primer líder socialista que reconoció el desafío de la
globalización con equidad y que la democracia “no se mide en función de los
votos sino de las oportunidades de bienestar” (acogiendo las ideas de Amartya
Sen).
Lo más importante de todo esto es que llamó al Partido Laborista a reconocer que cambiaba. No como en los días de Hugh Gaitskell, en 1959, quien quería pretender que todo seguía igual (su frase favorita era que “el Laborismo es siempre fiel a su historia”) aunque introducía leves reformas. La valentía de asumir el cambio, manifestarlo en forma clara y reorganizar el partido de acuerdo a ello, cambiaron el rostro, el mensaje y la acogida electoral del Laborismo.
La reforma de la Cláusula 4, por fin
Lo primero que hizo Blair fue cambiar el estatuto. La
reforma del punto 4 de la Cláusula 4 fue adoptada en una Conferencia
Extraordinaria del Partido Laborista en 1995. El texto aprobado dice así:
“El
Partido Laborista es un partido socialista democrático. Cree que bajo la fuerza
de nuestro esfuerzo común podemos lograr más de lo que podemos lograr solos,
como crear para cada uno de nosotros los medios para realizar nuestro verdadero
potencial y para todos nosotros un comunidad donde el poder, la riqueza y la
oportunidad están en las manos de la mayoría, no de unos pocos, donde los
derechos que disfrutamos reflejan los deberes que cumplimos, y donde vivimos
juntos, libres, en un espíritu de solidaridad, tolerancia y respeto”.
(En inglés dice
exactamente: The
Labour Party is a democratic socialist party. It believes that by the strength
of our common endeavour we achieve more than we achieve alone, so as to create
for each of us the means to realise our true potential and for all of us a
community in which power, wealth and opportunity are in the hands of the many,
not the few, where the rights we enjoy reflect the duties we owe, and where we
live together, freely, in a spirit of solidarity, tolerance and respect.)
Esta
es la fórmula programática que devolvió al laborismo su sitial protagónico en
la política británica. La reforma de la Cláusula 4 dio lugar a un distingo
entre “viejo Laborismo” y el “nuevo Laborismo”. Hubo minorías radicales que
decidieron apartarse y defender la vieja fórmula, entre ellas un sector de la
rama estudiantil del Partido, Estudiantes Laboristas (Labour Students) y la
agrupación Jóvenes Socialistas del Partido Laborista (Labour Party Young
Socialists), que pronto desaparecieron.
Algo
más, desde febrero del 2013 el Partido Laborista ha dejado de ser integrante
activo de la Internacional Socialista, siendo solamente observador.
El aprismo y su
“Cláusula 4”
De
todo lo expuesto surge una interesante comparación con lo que viene a ser el
Partido Laborista peruano, el aprismo. Cuando Haya de la Torre estuvo
estudiando y participando de la vida política inglesa, en 1926-1927, redactó en
su célebre manifiesto “What is the APRA?” (“¿Qué es
el APRA?”, diciembre de 1926) la primera versión del programa máximo, cuyo punto 3
reclamó la “nacionalización de tierras e industrias” y en cuyo texto afirmó que
“la nacionalización de la tierra y de la industria y la organización de nuestra
economía sobre las bases socialistas de la producción es nuestra única
alternativa”.
Este
enunciado, y su adhesión juvenil al “marxismo creativo, no dogmático” fue variando
con el paso de los años, hasta afirmar en su etapa de madurez y mayor
creatividad que el aprismo, por ser de izquierda democrática, no era la
antesala de ningún otro sistema social: “Nosotros no empleamos la
democracia como paso o compás de espera para el socialismo o el comunismo; para
nosotros, la democracia es una meta en sí. No queremos pan sin libertad como en
Rusia. O libertad sin pan como en otras partes. Queremos ambas cosas. No
queremos arrebatar la riqueza a los ricos para dársela a los pobres; lo que
perseguimos es crear nuevas riquezas para aquellos que no tienen ninguna. No
queremos dictadores desde arriba, como en el fascismo, ni dictadores desde
abajo como en el comunismo” (entrevista con el periodista Harry Hirschfeld, 23
de abril de 1946).
Visión irónica del
Nuevo Laborismo
Como
podemos ver, Haya de la Torre reformó lo que sería la “Cláusula 4” del
aprismo 50 años antes que Tony Blair. Y
se distanció del dogmatismo marxista con igual anticipación. Esta declaración
de 1963 resulta asombrosamente anticipatoria y tiene un amplio significado, más
allá del ámbito indoamericano: “En cuanto al marxismo y aprismo, aquella es
doctrina que se configuró en el siglo pasado —se refiere al siglo XIX— y la
aprista en presente. Quien conoce al APRA sabe que es relativista y quien
conoce el marxismo sabe que es determinista. Y quien conozca algo de filosofía
sabe que estas dos escuelas son antagónicas” (entrevista en “Caretas” Nº 261,
febrero de 1963).
Sin
embargo, parece que todavía falta liberar el sentido renovador y creativo que
nunca careció Víctor Raúl. Honrar el pasado no puede ser equivalente a
conservadurismo intelectual. Algo interesante dijo una vez el líder laborista Hugh Gaitskell al reclamar cambios en el Estatuto: “El
Laborismo no se basa en la doctrina de las nacionalizaciones; la doctrina puede
y debe cambiar. Lo que no puede cambiar es la representación de los
trabajadores manuales e intelectuales (“hand and brain workers”). Lo mismo
puede valer para el aprismo.
“Cuando las ideologías se convierten en utopía y en
fanatismo, cuando se olvidan de que cada realidad es diferente, fracasan” –Haya
de la Torre, 1978.
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