Nosotros no empleamos la democracia como paso o compás de espera para el socialismo o el comunismo; para nosotros, la democracia es una meta en sí. No queremos pan sin libertad como en Rusia. O libertad sin pan como en otras partes. Queremos ambas cosas. No queremos arrebatar la riqueza a los ricos para dársela a los pobres; lo que perseguimos es crear nuevas riquezas para aquellos que no tienen ninguna. No queremos dictadores desde arriba, como en el fascismo, ni dictadores desde abajo como en el comunismo.

Víctor Raúl Haya de la Torre, entrevista con el periodista Harry Hirschfeld, 23 de abril de 1946.

lunes, 20 de mayo de 2013

Un partido que se atrevió a cambiar. Por Hugo Vallenas Málaga

La reforma de la Cláusula 4 del Laborismo

Hugo Vallenas Málaga


Afiche electoral Laborista de 1945: “La industria debe servir al pueblo, no esclavizarlo. Por la propiedad pública, no al monopolio privado. Vota Laborista”.




El Partido Laborista británico (British Labour Party), en cuya revista doctrinal Labour Monthly publicó Haya de la Torre su célebre manifiesto “What is the APRA?” (“¿Qué es el APRA?” en diciembre de 1926, se rigió entre 1918 y 1995 por un Estatuto (Constitution en la tradición inglesa), cuya Cláusula cuarta (“Clause IV”), propuesta por el célebre economista y pensador socialista Sidney Webb, daba un lugar central en el Programa del partido a la “propiedad común” de todas las industrias, entidades financieras y servicios.

Frente de trabajadores manuales e intelectuales estatizador

En efecto, el Estatuto Laborista aprobado en 1918 decía en el sub punto 4 de la Cláusula 4 que uno de los fines del partido era:

“Asegurar a los trabajadores manuales e intelectuales los frutos completos de su industria y la más equitativa distribución que sea posible sobre la base de la propiedad común de los medios de producción, distribución e intercambio; y del mejor sistema de administración popular y control de cada industria o servicio que se pueda obtener”.

(El texto original en inglés decía: To secure for the workers by hand or by brain the full fruits of their industry and the most equitable distribution thereof that may be possible upon the basis of the common ownership of the means of production, distribution and exchange, and the best obtainable system of popular administration and control of each industry or service.)

Por cierto, dicha “propiedad común” de las industrias y demás negocios consistía sobre todo en la propiedad estatal y planificada, aunque también incluía propiedad municipal y distintas formas de propiedad cooperativa. En 1918 una consigna fuertemente promovida por el Laborismo fue la “nacionalización de los ferrocarriles”, que se hizo realidad tres décadas después, concluida la Segunda Guerra Mundial, en 1948.

En este último período, bajo el gobierno del primer ministro laborista Clement Attlee (1945-1951), fueron nacionalizados, además de los ferrocarriles, el Banco de Inglaterra, la aviación civil, las industrias del carbón, hierro, acero, petróleo y gas; las telecomunicaciones y la radiodifusión.
 



    Elecciones inglesas de 1945: Attlee (Laborista) contra Churchill (Conservador)



A esto se añadía un fervor marxista radical en la propaganda y los discursos (algo ajeno a la tradición ecléctica y sindicalista unitaria del Laborismo). De hecho, el Laborismo publicó en 1947 una “edición oficial” del “Manifiesto Comunista” de Marx y Engels con los colores y siglas partidarias y prólogo de Harold Lasky

Consecuencias de las nacionalizaciones

El Laborismo “comunistizante” polarizó al país. El Partido se fortaleció sindicalmente pero perdió electorado en las clases medias. El nuevo sistema tampoco funcionó bien. En teoría, el sistema nacionalizado debería ayudar a bajar el costo de la vida mediante precios más justos y estables. Se complementaba con el Sistema Nacional de Salud y la red de subsidios de lo que Attlee llamó “Estado de bienestar de la cuna a la tumba” (“Welfare State from cradle to grave”) creados por la ley de seguridad social nacional de 1946 (National Insurance Act of 1946).

Se decía que los servicios baratos y/o gratuitos elevaban el poder de compra de los salarios. Sin embargo, la experiencia práctica mostró que el rígido monopolio estatal en la industria básica y los servicios del Laborismo —sin un régimen de derecho privado y sin libertad para captar inversiones en el mercado de capitales— hacía surgir presiones inflacionarias que afectaban a todos los ciudadanos. Para el hombre de la calle y el ama de casa, el Estado subía constantemente los precios y las tarifas sin que el producto o el servicio mejoren de calidad. Esto se tradujo en un resurgimiento del Partido Conservador, que tuvo cuatro victorias consecutivas (1951-1964).

Intentos de reforma

En 1959, preocupado por las derrotas electorales del Laborismo, su líder Hugh Gaitskell propuso modificar el sub punto 4 de la Cláusula IV. En plena Guerra Fría, siendo Gran Bretaña el segundo socio más importante de la OTAN, resultaba más que contraproducente que el Partido Laborista tuviera como objetivo lograr la “propiedad común” de todas las industrias, medios de cambio y servicios. El país del agente 007 no podía darse ese lujo.





Afiche Laborista de posguerra: “Ayudemos a que terminen su trabajo.

Denles hogar y trabajo”


Con ánimo pragmático, Gaitskell proponía recortar el párrafo conflictivo dando mayor ambigüedad a la extensión y plazo de realización de la “propiedad común”. El partido no aceptó la reforma. No solo fue rechazada con severidad; se decidió incluir el texto completo del sub punto 4 de la Cláusula 4 en los carnets de todos los afiliados.

Aunque el Laborismo recuperó terreno y regresó al gobierno con Harold Wilson (1964-1970 y 1974-1976) y James Callaghan (1976-1979), tuvo mandatos inestables y conflictivos. Mantener en forma simultánea el monopolio estatal en tantos rubros, subsidiar el Estado de bienestar “de la cuna a la tumba”, participar en la formación de la Comunidad Europea y cumplir con las obligaciones de potencia militar mundial, generaron una grave crisis de balanza de pagos que obligó en noviembre de 1967 a devaluar la libra esterlina.

Entra en escena Margaret Thatcher

Durante el gobierno de Callaghan el Partido Laborista tuvo que sujetar sus políticas a una frágil alianza con el pequeño Partido Liberal para obtener mayoría parlamentaria. Mientras tanto, la crisis se agudizó a todos los niveles. La economía fue oficialmente declarada en recesión entre 1979 y 1981, causando dos millones de desempleados. Entre 1978 y 1979 se produjo el “gran invierno del descontento”, que no fue otra cosa que un enfrentamiento a nivel de todo el Reino Unido de los trabajadores del sector público, demandando alza de salarios, contra el Estado que aducía falta de recursos.

La oleada de huelgas de 1979 hizo que el Laborismo cayera en un severo descrédito. Su electorado se redujo en forma alarmante. Hubo quienes dejaron el barco al ver que parecía hundirse y fundaron otros grupos políticos como el SDP (Partido Social Demócrata). En eso llegó la señora Margaret Thatcher, cuya política conservadora la mantuvo en el poder durante tres períodos (1979-1990).


La época Thatcheriana: Ganancias corporativas: “Necesitamos reducir la carga”.
Los trabajos al agua.

El éxito de la señora Thatcher se basó en buena medida en la condena de la intervención del Estado en la economía. En su primera conferencia de prensa como primer ministro dijo: “Vine a esta oficina —se refiere a 10 Downing Street, la sede del gobierno— para cambiar Gran Bretaña, para que deje de ser una sociedad dependiente de limosnas y confíe en sí misma, para que deje de ser una nación basada en dame-de-todo y se vuelva en hazlo-tú-mismo”.

Durante su segundo mandato, beneficiada con la victoria militar contra Argentina en las islas Falkland o Malvinas (abril-mayo de 1982), la señora Thatcher redujo severamente el gasto público, privatizó empresas estatales y limitó los derechos sindicales, con total indiferencia del enorme costo social.

Por ejemplo, entre 1984 y 1985 se enfrentó a una huelga general de los mineros del carbón que duró 12 meses, con el fin de cerrar 20 de las 174 minas estatales de carbón, cuyo efecto sería eliminar 20 mil de un total de 187 mil empleos. Una de las últimas privatizaciones fue de los ferrocarriles entre 1994 y 1997, fragmentándolos en 25 sub empresas. El Thatcherismo puso al Laborismo al borde de la desaparición, no solo electoral sino física, con el desempleo y la restricción del sindicalismo.

La operación rescate de Tony Blair

El Laborismo salió de este atolladero gracias a Tony Blair, convertido en líder del Laborismo en 1994; y que llegó a ser el personaje más joven en llegar al puesto de primer ministro inglés desde 1812. Al igual que la señora Thatcher, también gobernó tres períodos, entre 1997 y 2005. Su primera elección al gobierno dio al Laborismo 418 escaños en la Cámara de los Comunes (de un total de 659), en base a 13.5 millones de votos, el récord más alto logrado por el Laborismo (también fue el primer partido que llevó 120 mujeres al Parlamento).


“Por sus obras los conoceréis”: El mayor logro de Thatcher sería que Blair dirija el Laborismo.


El éxito de Blair se basó en una dura batalla, dentro y fuera del Laborismo, contra los remanentes marxistas en teoría y práctica. En un folleto publicado en 1994 por la Sociedad Fabiana, Blair sostuvo que habría que redefinir el socialismo como una postura ética, no como un modelo económico-social. Este “socialismo ético” debería orientar políticas realistas que busquen la paz, la democracia social, “el reconocimiento de los individuos como seres dignos, creativos e interdependientes” (aboliendo el concepto de “masas”), sin odios raciales, religiosos, ideológicos o económicos (es decir, aboliendo la “lucha de clases”) y “promoviendo la libertad económica sin desmedro de la justicia social” (es decir, siendo tolerante hacia la economía de mercado). Fue el primer líder socialista que reconoció el desafío de la globalización con equidad y que la democracia “no se mide en función de los votos sino de las oportunidades de bienestar” (acogiendo las ideas de Amartya Sen).

Lo más importante de todo esto es que llamó al Partido Laborista a reconocer que cambiaba. No como en los días de Hugh Gaitskell, en 1959, quien quería pretender que todo seguía igual (su frase favorita era que “el Laborismo es siempre fiel a su historia”) aunque introducía leves reformas. La valentía de asumir el cambio, manifestarlo en forma clara y reorganizar el partido de acuerdo a ello, cambiaron el rostro, el mensaje y la acogida electoral del Laborismo.

 

La reforma de la Cláusula 4, por fin

Lo primero que hizo Blair fue cambiar el estatuto. La reforma del punto 4 de la Cláusula 4 fue adoptada en una Conferencia Extraordinaria del Partido Laborista en 1995. El texto aprobado dice así:

“El Partido Laborista es un partido socialista democrático. Cree que bajo la fuerza de nuestro esfuerzo común podemos lograr más de lo que podemos lograr solos, como crear para cada uno de nosotros los medios para realizar nuestro verdadero potencial y para todos nosotros un comunidad donde el poder, la riqueza y la oportunidad están en las manos de la mayoría, no de unos pocos, donde los derechos que disfrutamos reflejan los deberes que cumplimos, y donde vivimos juntos, libres, en un espíritu de solidaridad, tolerancia y respeto”.

(En inglés dice exactamente: The Labour Party is a democratic socialist party. It believes that by the strength of our common endeavour we achieve more than we achieve alone, so as to create for each of us the means to realise our true potential and for all of us a community in which power, wealth and opportunity are in the hands of the many, not the few, where the rights we enjoy reflect the duties we owe, and where we live together, freely, in a spirit of solidarity, tolerance and respect.)

Esta es la fórmula programática que devolvió al laborismo su sitial protagónico en la política británica. La reforma de la Cláusula 4 dio lugar a un distingo entre “viejo Laborismo” y el “nuevo Laborismo”. Hubo minorías radicales que decidieron apartarse y defender la vieja fórmula, entre ellas un sector de la rama estudiantil del Partido, Estudiantes Laboristas (Labour Students) y la agrupación Jóvenes Socialistas del Partido Laborista (Labour Party Young Socialists), que pronto desaparecieron.

Algo más, desde febrero del 2013 el Partido Laborista ha dejado de ser integrante activo de la Internacional Socialista, siendo solamente observador.

El aprismo y su “Cláusula 4”

De todo lo expuesto surge una interesante comparación con lo que viene a ser el Partido Laborista peruano, el aprismo. Cuando Haya de la Torre estuvo estudiando y participando de la vida política inglesa, en 1926-1927, redactó en su célebre manifiesto “What is the APRA?” (“¿Qué es el APRA?”, diciembre de 1926) la primera versión del programa máximo, cuyo punto 3 reclamó la “nacionalización de tierras e industrias” y en cuyo texto afirmó que “la nacionalización de la tierra y de la industria y la organización de nuestra economía sobre las bases socialistas de la producción es nuestra única alternativa”.

Este enunciado, y su adhesión juvenil al “marxismo creativo, no dogmático” fue variando con el paso de los años, hasta afirmar en su etapa de madurez y mayor creatividad que el aprismo, por ser de izquierda democrática, no era la antesala de ningún otro sistema social: “Nosotros no empleamos la democracia como paso o compás de espera para el socialismo o el comunismo; para nosotros, la democracia es una meta en sí. No queremos pan sin libertad como en Rusia. O libertad sin pan como en otras partes. Queremos ambas cosas. No queremos arrebatar la riqueza a los ricos para dársela a los pobres; lo que perseguimos es crear nuevas riquezas para aquellos que no tienen ninguna. No queremos dictadores desde arriba, como en el fascismo, ni dictadores desde abajo como en el comunismo” (entrevista con el periodista Harry Hirschfeld, 23 de abril de 1946).
 
Visión irónica del Nuevo Laborismo

Como podemos ver, Haya de la Torre reformó lo que sería la “Cláusula 4” del aprismo  50 años antes que Tony Blair. Y se distanció del dogmatismo marxista con igual anticipación. Esta declaración de 1963 resulta asombrosamente anticipatoria y tiene un amplio significado, más allá del ámbito indoamericano: “En cuanto al marxismo y aprismo, aquella es doctrina que se configuró en el siglo pasado —se refiere al siglo XIX— y la aprista en presente. Quien conoce al APRA sabe que es relativista y quien conoce el marxismo sabe que es determinista. Y quien conozca algo de filosofía sabe que estas dos escuelas son antagónicas” (entrevista en “Caretas” Nº 261, febrero de 1963).

Sin embargo, parece que todavía falta liberar el sentido renovador y creativo que nunca careció Víctor Raúl. Honrar el pasado no puede ser equivalente a conservadurismo intelectual. Algo interesante dijo una vez el líder laborista Hugh Gaitskell al reclamar cambios en el Estatuto: “El Laborismo no se basa en la doctrina de las nacionalizaciones; la doctrina puede y debe cambiar. Lo que no puede cambiar es la representación de los trabajadores manuales e intelectuales (“hand and brain workers”). Lo mismo puede valer para el aprismo. 


“Cuando las ideologías se convierten en utopía y en fanatismo, cuando se olvidan de que cada realidad es diferente, fracasan” –Haya de la Torre, 1978.
 


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