José Bulnes: Compañero, filósofo y politólogo.
La política está sustantivamente asociada al hombre. Lo está
porque mediante ella se tejen las relaciones humanas; es decir, la política es
una práctica humana mediante la cual el hombre (el individuo) ejerce su ser
social. Pero este ejercicio es espontáneo, no determinado por una elección a
priori. Por ello, la política (en tanto ejercicio) está presente desde que los
individuos interactúan, desde que hacen sociedad. Ahora, asociemos el ejercicio
de la política con el ejercicio del poder (la capacidad de influenciar en la
conducta del otro) y podríamos describir lo siguiente: la interacción humana
consiste en la mutua influencia de los individuos a fin de que su conducta
(social) se oriente de uno u otro modo. Esta es la interacción política, que da
cuenta –internamente- del grado de poder (influencia) y describe –externamente-
una pauta social.
Sin embargo, hasta
aquí no se ha hecho sino dar cuenta del quehacer intrínseco del hombre, la
política. Es preciso señalar, ahora, cómo se desarrolla esta interacción
(siempre social - pública), pues el cómo ya no viene con el hombre, sino que es
el resultado de una construcción previa, que implica que la sociedad elija o
bien una democracia o bien un autoritarismo, teniendo en cuenta que son dos polos
extremos en el sistema de gobierno. Es en este sentido que una sociedad que
acuerda canalizar la interacción social bajo el marco de la democracia,
aceptará (la autoridad y la ciudadanía) que el poder político se ejerza bajo un
estado de derecho y con la articulación horizontal de sus instituciones. En un
contexto político así, las autoridades y la ciudadanía interactúan
políticamente buscando un equilibrio, en pro de la gobernabilidad de un país.
Sin embargo, alrededor de este equilibrio existen interacciones humanas que
buscan minarlo, pues consisten en interacciones políticas de poder. Vale decir,
alrededor, en medio, desde las instituciones, o desde la ciudadanía, y en los
tres niveles de gobierno, existen interacciones políticas con diversos modos de
querer canalizar el poder, no obstante se encuentren en un contexto mayor de
consenso democrático.
Conviene señalar que
el tipo de interacción al que hemos aludido hasta el momento hace referencia a
dos tipos de conducta individual (y también social): la de aquellos que viven
para la política y los que viven de la política. Los primeros, siguiendo al
sociólogo Weber, serían los operarios
políticos, los segundos, los que la practican a manera de actividad rentable.
Ambos tipos estarían incluidos en lo que llamamos la “clase política”. De este
modo, podemos señalar que todo país posee una “clase política” cuyas
interacciones (mutuas influencias) están caracterizadas por un alto grado de
disputa por el poder (político). Esta clase política junto con la ciudadanía,
que decide en mayoría a qué actor político transfiere el poder, deciden en
conjunto el marco institucional en el que va a tener realidad el ejercicio de
la política. Por ello, es importante señalar que la sagacidad de los actores
políticos a fin de granjearse la legitimidad, radica en qué mecanismos crean
para tener y mantener su “capacidad de negociación” con los demás actores
políticos. Es aquí que conviene señalar que junto a la interacción política
está, además del marco mayor de consenso en el que se disputa el poder, la
tenencia de la legitimidad para actuar dentro de ese marco. Un actor político
sin legitimidad, podrá participar de las interacciones políticas, pero
difícilmente lo hará con éxito. Por ello, aquel actor político (colectivo o individual)
que descuide el recurso de la legitimidad, habrá minado, en un alto grado, su
capacidad de negociación; es decir, su capacidad de influir en el otro. A menos
que decida actuar fuera de la línea del estado de derecho y la Democracia. Es
así que se debe estar atento a los presupuestos detrás de todo conflicto contra
el stablishment, pues pueden hilvanarse falsas legitimidades a fin de minar el
consenso democrático. Generalmente, esto puede suceder cuando las autoridades o
bien no han tendido un puente de diálogo, o bien las alianzas o los pactos (que
se establecen en las interacciones) no han tenido en cuenta el potencial
peligro de los actores con los que se han establecido dichos pactos. Es aquí
que la ciudadanía, que si bien no es la “clase política”, es la opinión
pública. Por ello, debe ser la llamada a diferenciar la “verdadera
legitimidad”, sostenida por una constante en el crecimiento económico, el
incremento del consumo individual, de la “falsa legitimidad”, estacionaria en
el tiempo, contraria al desarrollo y al crecimiento.
Así, el ejercicio de
la política implica el encuentro de actores sociales con intereses diversos,
ese
interés determina el cómo crean sus estrategias para influenciar dentro del
marco de consenso democrático o, acaso, fuera de él. Finalmente, la diferencia
consistirá en una eficaz articulación de la clase política con una ciudadanía
que apueste por el desarrollo y el progreso.
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