Nosotros no empleamos la democracia como paso o compás de espera para el socialismo o el comunismo; para nosotros, la democracia es una meta en sí. No queremos pan sin libertad como en Rusia. O libertad sin pan como en otras partes. Queremos ambas cosas. No queremos arrebatar la riqueza a los ricos para dársela a los pobres; lo que perseguimos es crear nuevas riquezas para aquellos que no tienen ninguna. No queremos dictadores desde arriba, como en el fascismo, ni dictadores desde abajo como en el comunismo.

Víctor Raúl Haya de la Torre, entrevista con el periodista Harry Hirschfeld, 23 de abril de 1946.

miércoles, 10 de abril de 2013

Política y legitimidad en la práctica. Por José Luis Bulnes



José Bulnes: Compañero, filósofo y politólogo.

La política está sustantivamente asociada al hombre. Lo está porque mediante ella se tejen las relaciones humanas; es decir, la política es una práctica humana mediante la cual el hombre (el individuo) ejerce su ser social. Pero este ejercicio es espontáneo, no determinado por una elección a priori. Por ello, la política (en tanto ejercicio) está presente desde que los individuos interactúan, desde que hacen sociedad. Ahora, asociemos el ejercicio de la política con el ejercicio del poder (la capacidad de influenciar en la conducta del otro) y podríamos describir lo siguiente: la interacción humana consiste en la mutua influencia de los individuos a fin de que su conducta (social) se oriente de uno u otro modo. Esta es la interacción política, que da cuenta –internamente- del grado de poder (influencia) y describe –externamente- una pauta social.  

  Sin embargo, hasta aquí no se ha hecho sino dar cuenta del quehacer intrínseco del hombre, la política. Es preciso señalar, ahora, cómo se desarrolla esta interacción (siempre social - pública), pues el cómo ya no viene con el hombre, sino que es el resultado de una construcción previa, que implica que la sociedad elija o bien una democracia o bien un autoritarismo, teniendo en cuenta que son dos polos extremos en el sistema de gobierno. Es en este sentido que una sociedad que acuerda canalizar la interacción social bajo el marco de la democracia, aceptará (la autoridad y la ciudadanía) que el poder político se ejerza bajo un estado de derecho y con la articulación horizontal de sus instituciones. En un contexto político así, las autoridades y la ciudadanía interactúan políticamente buscando un equilibrio, en pro de la gobernabilidad de un país. Sin embargo, alrededor de este equilibrio existen interacciones humanas que buscan minarlo, pues consisten en interacciones políticas de poder. Vale decir, alrededor, en medio, desde las instituciones, o desde la ciudadanía, y en los tres niveles de gobierno, existen interacciones políticas con diversos modos de querer canalizar el poder, no obstante se encuentren en un contexto mayor de consenso democrático.

  Conviene señalar que el tipo de interacción al que hemos aludido hasta el momento hace referencia a dos tipos de conducta individual (y también social): la de aquellos que viven para la política y los que viven de la política. Los primeros, siguiendo al sociólogo  Weber, serían los operarios políticos, los segundos, los que la practican a manera de actividad rentable. Ambos tipos estarían incluidos en lo que llamamos la “clase política”. De este modo, podemos señalar que todo país posee una “clase política” cuyas interacciones (mutuas influencias) están caracterizadas por un alto grado de disputa por el poder (político). Esta clase política junto con la ciudadanía, que decide en mayoría a qué actor político transfiere el poder, deciden en conjunto el marco institucional en el que va a tener realidad el ejercicio de la política. Por ello, es importante señalar que la sagacidad de los actores políticos a fin de granjearse la legitimidad, radica en qué mecanismos crean para tener y mantener su “capacidad de negociación” con los demás actores políticos. Es aquí que conviene señalar que junto a la interacción política está, además del marco mayor de consenso en el que se disputa el poder, la tenencia de la legitimidad para actuar dentro de ese marco. Un actor político sin legitimidad, podrá participar de las interacciones políticas, pero difícilmente lo hará con éxito. Por ello, aquel actor político (colectivo o individual) que descuide el recurso de la legitimidad, habrá minado, en un alto grado, su capacidad de negociación; es decir, su capacidad de influir en el otro. A menos que decida actuar fuera de la línea del estado de derecho y la Democracia. Es así que se debe estar atento a los presupuestos detrás de todo conflicto contra el stablishment, pues pueden hilvanarse falsas legitimidades a fin de minar el consenso democrático. Generalmente, esto puede suceder cuando las autoridades o bien no han tendido un puente de diálogo, o bien las alianzas o los pactos (que se establecen en las interacciones) no han tenido en cuenta el potencial peligro de los actores con los que se han establecido dichos pactos. Es aquí que la ciudadanía, que si bien no es la “clase política”, es la opinión pública. Por ello, debe ser la llamada a diferenciar la “verdadera legitimidad”, sostenida por una constante en el crecimiento económico, el incremento del consumo individual, de la “falsa legitimidad”, estacionaria en el tiempo, contraria al desarrollo y al crecimiento.
  Así, el ejercicio de la política implica el encuentro de actores sociales con intereses diversos, ese
interés determina el cómo crean sus estrategias para influenciar dentro del marco de consenso democrático o, acaso, fuera de él. Finalmente, la diferencia consistirá en una eficaz articulación de la clase política con una ciudadanía que apueste por el desarrollo y el progreso.

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