Nosotros no empleamos la democracia como paso o compás de espera para el socialismo o el comunismo; para nosotros, la democracia es una meta en sí. No queremos pan sin libertad como en Rusia. O libertad sin pan como en otras partes. Queremos ambas cosas. No queremos arrebatar la riqueza a los ricos para dársela a los pobres; lo que perseguimos es crear nuevas riquezas para aquellos que no tienen ninguna. No queremos dictadores desde arriba, como en el fascismo, ni dictadores desde abajo como en el comunismo.

Víctor Raúl Haya de la Torre, entrevista con el periodista Harry Hirschfeld, 23 de abril de 1946.

sábado, 30 de marzo de 2013

José Melgar Márquez y Federico More contra Sánchez Cerro (1932). Por Hernán Hurtado

José Melgar Márquez
en el Panóptico (1932)

José Melgar Márquez y Federico More contra Sánchez Cerro (1932). 

Por Hernán Hurtado



“la tiranía carece de explicación. Es menos moral que el crimen…”
“Todo despotismo es un conjunto de crímenes y desaparece sólo en virtud del crimen…”
Federico More (1932)

El primero es un aprista de 18 años, el segundo un distinguido periodista civilista desterrado, y el tercero un tirano citado por la muerte ¿Qué tienen en común?

El domingo 6 de marzo de 1932 José Melgar Márquez irrumpió en la misa que se celebraba en la Iglesia Matriz de Miraflores para ultimar al dictador Sánchez Cerro. Melgar no pudo cumplir y sólo lo hirió superficialmente. Los edecanes capturaron a Melgar y lo sometieron a torturas y a un incivilizado confinamiento en el panóptico dónde sólo declaró “yo le disparé al mocho". Además, el Congreso [ilegal] oficializó la pena de muerte,pero Melgar, por presión ciudadana, libró la pena de muerte[1] y sólo se la conmutaron en forma de cadena perpetua[2] para posteriormente acogerse a la amnistía de 1945. Federico More (Puno 1889- Lima 1955),-prestigioso periodista, discípulo de González Prada e íntimo amigo de Abraham Valdelomar, - desterrado por el dictador Sánchez Cerro, desde el exilio se manifestó en contra de la tiranía sánchezcerrista en más de una ocasión, publicó un severo texto en La Razón de La Paz que luego fue reproducido en Perú (Click para ver texto de Federico More en defensa de José Márquez) condenó la supresión de libertades y criticó el indulto que la ciudadanía pedía para Melgar porque significaba legitimar la Pena de Muerte.

Qué duda cabe que las elecciones de 1931 fueron anchamente fraudulentas y Sánchez Cerro afiló una sangrienta persecución contra el Apra con los graves atenuantes como el desafuero de los constituyentes de la oposición, hostigamiento a las bases apristas, los asesinatos en Paiján, la ley de emergencia[3], etc. que precipitaron una confrontación civil, que dio lugar a la Revolución aprista de Trujillo en julio de 1932.

José Melgar aun con signos de tortura, recordando que cuando lo detuvieron solo se lastimó una pierna y no el brazo ni la cabeza, frente a un Tribunal que falló a escondidas una conmutación de penas.

El gelatinógrafo y el Apra

Un detalle que poco se conoce sobre la difusión y proselitismo en los años 30’s, teniendo en cuenta lo caro y tedioso que resultaba conseguir y mantener una imprenta y/o mimeógrafo en la clandestinidad, es el uso del gelatinógrafo ¿Qué es eso? Hasta hace treinta años se utilizaba, antes de las computadores,  se utilizaban en centros de educación inicial y primaria, hoy es parte del recuerdo. A modo de resumen, el gelatinógrafo es una suerte de impresora y/o copiadora artesanal que resulta de la copia de un negativo sobre una plancha de gelatina más glicerina y papel calca en un recipiente (glicerina a baño maría hasta que hierva, luego mezclas la gelatina hasta que desaparezcan todos los grumos, vacías a un molde hasta cuajar, se utiliza con pasantes a base de alcohol y deja color morado/azul) y se pueden reproducir hasta 100 ejemplares por pasada. En tal sentido el gelatinógrafo resultaba un instrumento de prensa underground y este fue el caso del artículo de Federico More (civilista exiliado por la tiranía sanchezcerrista) que se escribió en Chile, se publicó en La Razón de La Paz (Bolivia) y se reprodujo en Perú.


Del Diario La razón de la Paz (Bolivia del 20 de marzo 1932)
De la política actual del Perú. Reseña y crítica de los últimos acontecimientos ocurridos en el Perú y entorno a la política y a la persona del comandante Luis Sánchez Cerro. Por Federico More







Bibliografía

MURILLO, Percy
1976      Historia del Apra 1919-1945. En: El Atentado de Miraflores. Pp 157-182. Ed. Enrique Delgado Valenzuela. Segunda Edición. Lima.

SÁNCHEZ, Luis Alberto
1985      Haya de la Torre y el Apra. Pp. 260. Editorial Universo. Tercera Edición. Lima

SÁNCHEZ, Luis Alberto & VALLENAS, Hugo
1994      Sobre la herencia de Haya de la Torre. Ediciones Nova Print S. A. Lima

SEOANE, Juan
1937      Hombres y Rejas. Editorial Ercilla. Santiago de Chile.



[1] Así lo relata Juan Seoane (hermano de Manuel Seoane), que también fue involucrado junto a Bernardo García y Serafín del Mar, en este caso y libró la pena de muerte, en “Hombres y rejas”. También figura en Caretas  en “Yo le disparé al Mocho”
[2] Luis Alberto Sánchez en “Haya de la Torre y el Apra” señala que Melgar comentó: “Un soplón me miró con tanta pena que comprendí que estaba frito… Nunca nadie nos leyó la sentencia, ni tampoco la conmutación”. Pp. 260. Y en "Sobre la Herencia de Haya de la Torre".
[3] Ley de Emergencia 7479

4 comentarios:

  1. Lima, 7 de junio de 1935

    Señor don Víctor Raúl Haya de la Torre.

    Hoy, Día del Ejército, Día de Arica, día de gloria entre los días peruanos más gloriosos, no debiera ser el más indicado para escribirle a usted que no ama nuestras proezas militares y que piensa en el «compañero soldado» sólo para incitarlo a la rebelión. Pero los acontecimientos, la dolorosa ironía de los acontecimientos, han querido que hoy me toque escribirle a usted esta carta.

    Se la escribo, para decirle a usted, una vez más -deseo que no sea la última vez- cuán graves daños le ha causado usted al Perú. No se figure usted que voy a hablarle de la sandez doctrinaria del Apra, ni de la inmoralidad de sus dirigentes, ni de la inconsciencia de sus prosélitos multitudinarios. No. Todo eso lo callarnos por sabido.

    Le escribo para decirle que sobre la acción pública de usted, tan breve y tan luctuosa, tan efímera y tan infortunada, pesan dos cargos mortales. Ha suprimido usted a los rebeldes y ha creado asesinos. A los grupos de hombres libres y activos los ha reemplaza­do usted con bandas de fascinerosos. La lucha política la ha conver­tido usted en una pavorosa aventura judicial. Ya en el Perú no hay gobiernistas y opositores. Hay delincuentes y víctimas. Ignoro si usted y sus amigos se dan cuenta del horror de este estado de cosas.

    Si, por fortuna nuestra, no estuviera, hoy, a la cabeza del gobierno y al frente de los destinos del Perú un hombre sereno y respetable, un hombre honesto y respetuoso, un hombre tranquilo y firme como el presidente Benavides, nos mataríamos en las calles. Todos, compañero, andaríamos o con el puñal al cinto o con la carabina al hombro. Y de esto, es usted el único responsable.

    Si hubiese usted logrado corromper a los hombres y convertir en asesinos a varones de treinta años, acaso le perdonásemos su actuación. Es decir, no se la perdonaríamos; pero la comprenderíamos. Por lo menos, se trataría de crímenes de hombres. Pero ha corrompido usted a los niños. Es usted un violador de conciencias adolescentes. Observe usted lo pavoroso que es todo esto.

    Para desgracia del Perú, frente a usted surgieron, en época felizmente concluida, otros tan violentos, tan sanguinarios y tan inconscientes como usted. Y el Perú estuvo a punto de convertirse en una batahola de matarifes dentro de un camal. Esto fue muy breve, porque la inmensa mayoría de las conciencias honradas y de los corazones tranquilos, pudo más que la epilepsia creada por usted. Y concluyó la beligerancia que usted produjo.

    Pero después de que el presidente Benavides vino a darnos orden y paz, usted y los suyos fueron los primeros en aprovechar los beneficios de la paz y el orden, usted y los suyos insistieron en el asesinato. Es su método político. En usted, la actividad criminal es congénita.

    A la cabeza de sus hordas, ha destruido las tradiciones jurídicas del país, ha pisoteado sus recuerdos heroicos, se ha chingado usted en su dignidad civil, ha roto usted su equilibrio político, ha ensuciado usted su nobleza democrática. Nos ha dejado usted, cívica y espiritualmente calatos y sucios.

    Si Leguía destruyó el respeto por la función pública y convirtió en portapliegos a los más altos dignatarios del Estado, usted le ha quitado majestad al pueblo, le ha quitado valor a la masa, ha envilecido usted a la multitud.

    Y, por reacción inevitable, ha producido usted el encumbramiento de los ricos necios. En el Perú, ya había muerto el becerro de oro, ese animal hediondo y voraz que tanto prosperó con Leguía. Por obra de las artes criminales de usted y de los suyos, el becerro de oro vuelve a lanzar sus balidos mefíticos y otra vez lo vemos en la prensa y en el parlamento, empeñado en asumir la dirección de los espíritus. Dichosamente, oh, compañero, jamás la animalidad se sobrepuso al espíritu.

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    1. Saludos.

      Importante contribución que pone de manifiesto la renuncia de algún militante aprista. Me interesaría, en pro de la discusión y enriquecimiento de la historia y la transparencia de los hechos, conocer la fuente (dónde se publicò o si es un manuscrito) y el nombre de quien firmó dicha misiva.
      Un abrazo y estaré atento a su pronta respuesta.

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  2. Por culpa de usted, tenemos que guardar patriótico silencio los que siempre alzamos, bien alta, nuestra voz patriótica. Entre los ricos necios y los asesinos sin hombría, tenemos que quedarnos con los ricos necios. Son cargantes y fastidiosos; pero no atentan contra la vida de nadie. Nos entorpecerán un poco; nos harán un poco grasos y un poco sórdidos; pero no nos envilecerán nunca. Son gentes digestivas a quienes, a la larga, el cerebro les gana la batalla.

    A mí, créalo usted, me da mucha pena ver que, por culpa del APRA, es imprescindible que transijamos con la tontería. Pero entre un tonto y un bandido, no duda ningún hombre de bien. Quién sabe si, por culpa de usted, nos sea preciso terminar hasta en algodoneros.

    Acaso concluyamos fundando una casa de préstamos. Triste destino para quienes iniciamos nuestra vida pública oyendo voces patricias.

    Yo, joven capitán de niños delincuentes, me formé en la política, escuchando al verbo espiritual de Víctor Maúrtua, las leccio­nes de Javier Prado, la obra de Manuel Augusto Olaechea, ese artista del Derecho Civil. Oí la voz de Nicolás de Piérola y le escuché a don Andrés Avelino Cáceres relatar las campañas de la Breña. Yo, joven capitán de niños delincuentes, conversé, durante siete años, casi todos los días, con Manuel González Prada. Los primeros elogios que escuché en mi vida los escribió la pluma magistral y austerísima de Abelardo Gamarra. Mis compañeros de juventud fueron Abraham Valdelomar, Leonidas Yerovi, Julio Málaga Grenet, José Carlos Mariátegui, César Falcón. Conspiré junto a Augusto Durand y fui testigo de las tumultuosas campañas cívicas de Guillermo Billinghurst, ese hombre tan saturado de pueblo. Lo implacable de la política lo aprendí en Germán Leguía y Martínez, la circunspección distinguida la vi en Melitón Porras, el empuje audaz e inteligente en Arturo Osores, la caballerosidad y el dandismo en José Carlos Bernales. Yo lo conocí a don Ricardo Palma cuando torcía un cigarrillo de la marca «Perú». Yo he bebido en la fuente del ingenio profundo, sutil, encantador de ese maestro de estadistas y de pensadores que es José Balta.

    En el extranjero traté a muchas gentes de igual alcurnia mental. Y ahora, cuando mi juventud termina, llego a mi patria, joven capataz de niños asesinos, a presenciar el horrendo espectáculo del crimen convertido en costumbre. Nunca le perdonaré a usted todo esto. Cuando Piérola hacía sus revoluciones, las hacía con una gallardía, con un empuje, con un romanticismo, con una virilidad que sus mismos adversarios admiraban. Era el Caballero Andante de nuestra política.

    Quizá habría sido preferible que nunca lo tomáramos a usted en serio. Pero como usted es megalómano y quiere que lo tomen en serio, se ha convertido en gangster y lo ha conseguido. Ya lo tomamos en serio. Todo lo que cae dentro de las extremas disposi­ciones del Código Penal, es muy serio.

    Por culpa de usted, José de la Riva Agüero, ese historiador tan distinguido y erudito, tan heráldico, es personaje político. Por culpa de usted es personaje político don Carlos Arenas Loayza, ese Mefistófeles sin Fausto y que del infierno sólo tiene el color.

    Carece usted de heroicidad y de grandeza. Carece usted de aristocracia mental y sicológica. El problema del orden público, siempre tan grave en el Perú, hoy es, ante el crimen, el único problema grave. Ya no podemos ocuparnos en mejorar las institucio­nes y las leyes, las costumbres públicas y los hábitos privados. Apenas nos deja usted tiempo para evitar que nos asesinen. Por culpa de usted se ha creado el conflicto religioso y ha desaparecido la universidad.

    Usted podrá creer que un hombre que ha producido tantas calamidades tiene grandeza. Y esto es mentira. Tiene dramaticidad, como la tienen un incendio, un ciclón o un naufragio. Es usted deplorable y dramático como un terremoto. A usted, el Perú nunca podrá darle el poder. Es imposible, así como es imposible que la naturaleza le conceda al huracán la dirección del mundo.

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  3. Por culpa de usted, tenemos que guardar patriótico silencio los que siempre alzamos, bien alta, nuestra voz patriótica. Entre los ricos necios y los asesinos sin hombría, tenemos que quedarnos con los ricos necios. Son cargantes y fastidiosos; pero no atentan contra la vida de nadie. Nos entorpecerán un poco; nos harán un poco grasos y un poco sórdidos; pero no nos envilecerán nunca. Son gentes digestivas a quienes, a la larga, el cerebro les gana la batalla.

    A mí, créalo usted, me da mucha pena ver que, por culpa del APRA, es imprescindible que transijamos con la tontería. Pero entre un tonto y un bandido, no duda ningún hombre de bien. Quién sabe si, por culpa de usted, nos sea preciso terminar hasta en algodoneros.

    Acaso concluyamos fundando una casa de préstamos. Triste destino para quienes iniciamos nuestra vida pública oyendo voces patricias.

    Yo, joven capitán de niños delincuentes, me formé en la política, escuchando al verbo espiritual de Víctor Maúrtua, las leccio­nes de Javier Prado, la obra de Manuel Augusto Olaechea, ese artista del Derecho Civil. Oí la voz de Nicolás de Piérola y le escuché a don Andrés Avelino Cáceres relatar las campañas de la Breña. Yo, joven capitán de niños delincuentes, conversé, durante siete años, casi todos los días, con Manuel González Prada. Los primeros elogios que escuché en mi vida los escribió la pluma magistral y austerísima de Abelardo Gamarra. Mis compañeros de juventud fueron Abraham Valdelomar, Leonidas Yerovi, Julio Málaga Grenet, José Carlos Mariátegui, César Falcón. Conspiré junto a Augusto Durand y fui testigo de las tumultuosas campañas cívicas de Guillermo Billinghurst, ese hombre tan saturado de pueblo. Lo implacable de la política lo aprendí en Germán Leguía y Martínez, la circunspección distinguida la vi en Melitón Porras, el empuje audaz e inteligente en Arturo Osores, la caballerosidad y el dandismo en José Carlos Bernales. Yo lo conocí a don Ricardo Palma cuando torcía un cigarrillo de la marca «Perú». Yo he bebido en la fuente del ingenio profundo, sutil, encantador de ese maestro de estadistas y de pensadores que es José Balta.

    En el extranjero traté a muchas gentes de igual alcurnia mental. Y ahora, cuando mi juventud termina, llego a mi patria, joven capataz de niños asesinos, a presenciar el horrendo espectáculo del crimen convertido en costumbre. Nunca le perdonaré a usted todo esto. Cuando Piérola hacía sus revoluciones, las hacía con una gallardía, con un empuje, con un romanticismo, con una virilidad que sus mismos adversarios admiraban. Era el Caballero Andante de nuestra política.

    Quizá habría sido preferible que nunca lo tomáramos a usted en serio. Pero como usted es megalómano y quiere que lo tomen en serio, se ha convertido en gangster y lo ha conseguido. Ya lo tomamos en serio. Todo lo que cae dentro de las extremas disposi­ciones del Código Penal, es muy serio.

    Por culpa de usted, José de la Riva Agüero, ese historiador tan distinguido y erudito, tan heráldico, es personaje político. Por culpa de usted es personaje político don Carlos Arenas Loayza, ese Mefistófeles sin Fausto y que del infierno sólo tiene el color.

    Carece usted de heroicidad y de grandeza. Carece usted de aristocracia mental y sicológica. El problema del orden público, siempre tan grave en el Perú, hoy es, ante el crimen, el único problema grave. Ya no podemos ocuparnos en mejorar las institucio­nes y las leyes, las costumbres públicas y los hábitos privados. Apenas nos deja usted tiempo para evitar que nos asesinen. Por culpa de usted se ha creado el conflicto religioso y ha desaparecido la universidad.

    Usted podrá creer que un hombre que ha producido tantas calamidades tiene grandeza. Y esto es mentira. Tiene dramaticidad, como la tienen un incendio, un ciclón o un naufragio. Es usted deplorable y dramático como un terremoto. A usted, el Perú nunca podrá darle el poder. Es imposible, así como es imposible que la naturaleza le conceda al huracán la dirección del mundo.

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